Yo no sé qué les pasa a los otros que hacen stand up en este país, yo no sé qué creen, qué quieren, qué esperan. Por lo pronto, yo digo.
Imaginate  estar enojada, imaginate un deseo irrebocable de romperlo todo, recordá  esa vez que hubieses llorado a las gritos como sólo un recien nacido  que no entiende nada puede llorar, recordá la vez que lloraste así y la  vez que no, la vez que te lo aguantaste o te tapaste con la almohada  moderando el horror. Imaginate poder reirte de eso. Qué tal si una vez  lograras que todas tus mierdas fueran más que mierda, qué tal si una vez  eso que te dijeron y te rompió la cabeza, como un golpe certero en las  rodillas, que te quebró hasta el suelo sin piedad no significara tanto  realmente, a pesar de haber estado de cara en el piso, respirando el  polvo y tus lágrimas. Qué tal si de la humillación más grande que fue  infligida sobre tu nimio ser hubiese resultado una sola frase que  resumiera en risa todo lo que lloraste. Qué tal si con un micrófono  parada en frente de un montón de desconocidos las palabras se volvieran  fuerza imparable, la verguenza utilidad y uno deviniera  la voz rabiosa  que se repliega en la de todos los demás. Entonces aparece una certeza,  la de no ser único para nada, la de que a todos nos pasa lo mismo; la  prueba de que nada ni nadie es tan importante te permite decirlo todo.  ¿Qué importa realmente entonces? que te rías un poco, que te metas la  solemnidad en el orto de manera que la existencia sea vuelva un poco más  amable. Las palabras en una alquimia maravillosa convierten la  mierda en risa, pero primero sacala, mostramela sin pudor y sólo  entonces podrás cagarte en ella.
 
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